sábado, 7 de enero de 2012

EL CAMIÓN DE LA BASURA (Un minicuento de terror)

No acababa bien de comprender por qué aquellos operarios del camión de la basura no me saludaban nunca cuando me cruzaba con ellos en el camino que lleva al contenedor. Por ese camino sólo cabe un vehículo. Cuando oía el rugido de su motor aguardaba pacientemente arriba, bajaba la ventanilla y les saludaba. Sólo obtenía silencio. Los dos operarios, el conductor y el que cargaba el contenedor, tan siquiera me miraban. Tampoco hablaban entre ellos. Cada uno iba como perdido con la mirada fija en el camino. Al principio pensé que sería cosa de su carácter. Y no me preocupé en exceso.

 Cierto día yo paseaba por el camino cuando oí de nuevo el rugido de su motor. Me aparté a un lado y les volví a saludar. Pero no me hicieron ni caso. Me quedé mirando como llegaban hasta el contenedor. Uno se bajó sin mirar nada, con la mirada perdida en el suelo. Cogió el contenedor y lo ensambló en el camión. El conductor apretó un botón para vaciarlo. La operación rutinaria tardó breves segundos. Volvió a dejar el contenedor en su sitio y se subió al camión. Volvieron a pasar por donde yo estaba observándoles. Esta vez ya no les saludé. Tampoco se molestaron. Iban sumidos en sus propia abstracción.

Hoy, al leer la prensa,  me he enterado de un experimento fallido realizado por el ejército americano en los años cincuenta. Consistía en crear soldados sin emociones, sin pensamientos. Una especie de máquinas sólo listas para obedecer y ejecutar las órdenes mas terribles. Seres enajenados que vivieran sólo para cumplir los objetivos que otros les diseñaban. El experimento fracasó por las denuncias de las familias de los soldados que fueron sometidos a tales vejaciones. El escándalo se tapó como se pudo, dando dólares a todo el que reclamó.
Después de leer la prensa he salido a pasear y me he encontrado con los operarios de basura que conducían el camión hacia la incineradora de residuos. Les he estado observando, cómo entraban y cómo salían. La curiosidad ha podido mas que mi prudencia. Me he acercado a la incineradora. En la puerta sólo he hallado a un hombre que no hablaba. Me he introducido en un cuarto repleto de ordenadores y custodiados por un gran perro. Cada pantalla de los ordenadores tenía asignado un camión de la basura. Una voz metálica les daba órdenes de hacia dónde dirigirse. He visto a los operarios de mi camino. Estaban volcando la basura.
La voz metálica ha dicho...¡ Seguid, hoy tenéis suerte. No está ese pesado de turno saludando.¡
El perro ha empezado a ladrar. Y he salido corriendo. Pero me he dado cuenta de que sus ladridos eran una grabación.  Aún no doy crédito de todo lo que he visto.

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