Cierto día yo paseaba por el camino cuando oí de nuevo el rugido de su motor. Me aparté a un lado y les volví a saludar. Pero no me hicieron ni caso. Me quedé mirando como llegaban hasta el contenedor. Uno se bajó sin mirar nada, con la mirada perdida en el suelo. Cogió el contenedor y lo ensambló en el camión. El conductor apretó un botón para vaciarlo. La operación rutinaria tardó breves segundos. Volvió a dejar el contenedor en su sitio y se subió al camión. Volvieron a pasar por donde yo estaba observándoles. Esta vez ya no les saludé. Tampoco se molestaron. Iban sumidos en sus propia abstracción.
Después de leer la prensa he salido a pasear y me he encontrado con los operarios de basura que conducían el camión hacia la incineradora de residuos. Les he estado observando, cómo entraban y cómo salían. La curiosidad ha podido mas que mi prudencia. Me he acercado a la incineradora. En la puerta sólo he hallado a un hombre que no hablaba. Me he introducido en un cuarto repleto de ordenadores y custodiados por un gran perro. Cada pantalla de los ordenadores tenía asignado un camión de la basura. Una voz metálica les daba órdenes de hacia dónde dirigirse. He visto a los operarios de mi camino. Estaban volcando la basura.
La voz metálica ha dicho...¡ Seguid, hoy tenéis suerte. No está ese pesado de turno saludando.¡
El perro ha empezado a ladrar. Y he salido corriendo. Pero me he dado cuenta de que sus ladridos eran una grabación. Aún no doy crédito de todo lo que he visto.
Desde luego que es de terror...
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