viernes, 8 de noviembre de 2013

MIRARSE EL OMBLIGO.

Dado que todo está en revisión no estaría mal que el periodismo español acometiera la ingrata tarea de mirarse el ombligo. Me sirve de percha el terrible episodio de la televisión valenciana. Una televisión que naufraga entre el descrédito y la bancarrota por culpa de una gestión lamentable que roza el nepotismo y probablemente la delincuencia. Son muchos los periodistas de ese canal que ahora se han atrevido a confesar el grado de infamia y manipulación informativa al que estaban sometidos. Mas vale tarde que nunca. Pero es en esas confesiones donde empiezo a intuir una parte de la gravedad del problema. Tal vez si hubiera habido un acuerdo económico y no peligraran los puestos de trabajo muchos de ellos hubiesen preferido seguir guardando silencio. Ya se sabe. Lo primero es llenar el estómago. Desde hace muchos años esta profesión ha dejado de estar al servicio de la verdad para erigirse en portavoz de verdades parciales sujetas a intereses políticos, sociales, económicos. El periodista ha pasado a ser un número, una pieza del engranaje, con poca capacidad para relatar su verdad, salvo honrosas y no pocas excepciones. Existe en las redacciones una burocracia de poder que administra los tiempos, los contenidos, la interpretación de los hechos, burocracias que no tienen ningún reparo en dejarse fotografiar con sus amos. Esa burocracia de poder es un cáncer para el periodismo.
Cada vez más los nuevos y jóvenes periodistas que se suman al deteriorado mundo del trabajo se suman  al descontento por la profesión. Se sienten una especie de botones mandados con urgencia a recabar algunos totales, con poca o nula capacidad para contar la realidad, encorsetados en unos estereotipos, en unas formas de relatar que abocan al fracaso cualquier espíritu crítico. Son muy pocos los que pueden dar ese salto tan deseable hacía la independencia. El problema es que los periodistas llevamos callando muchos años lo que pasa dentro de nuestra profesión. Nosotros, los abanderados de la verdad, nos atrevemos poco a contar todas las incongruencias y las falsedades que nos rodean. Los compañeros de Canal Nou callaban. Pero no son los únicos. Si arañamos un poco en todas las redacciones encontraremos situaciones semejantes. Cuando uno cede en su ética profesional es posible que salve su puesto de trabajo, pero a costa de hacer un agujero en el futuro de la profesión y ese agujero tarde o temprano nos engulle a todos. Yo creo que es hora de revisar la situación a la que hemos llegado. Los medios no deben seguir en manos de quienes no creen en ellos. El periodismo es un oficio muy hermoso y cada vez más necesario. No podemos dejar que se vaya por el estercolero de la historia.

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