Si hay una cosa del verano que me encanta es hacerme el muerto en aguas del mar. Flotar sin sentir el peso del cuerpo, dejarme arrastrar por la corriente, bambolarme de un lado a otro al capricho de las olas, sentir la luz con los ojos cerrados, el sordo rumor del mundo con los oidos medio sumergidos, presentir casi el vuelo, la ingravidez, apagar las palabras, dejar resbalar los pensamientos...Y todo esto con la complicidad del mundo, que sabe que no te has muerto de verdad y te deja varar a tus anchas..
A veces quiero trasladar esta enorme sensación a la vida terrestre, a la cotidiana. Hacerme el muerto y descansar flotando en una nube, dejar de oír el azote perpetúo de los que te requieren para todo, perder la identidad, no responder, ignorar al gafe y a la sabandija, ausentarme de los sentimientos humanos, a menudo tan inhumanos, no articular palabra, ni pensamiento, no pedir nada, no rechistar, no someterme, no aguantar...sólo flotar y flotar soltando a cada instante lastre, negando lo que veo, afirmando sólo el latido, componiéndome sin miedo en el pulso fortuito, abriendo mi mente al manantial de luz sin descifrarlo, sin interpretarlo, sin interiorizarlo.. Pero aquí en la tierra, a diferencia de lo que ocurre en el agua, no te dejan ni tan siquiera hacerte el muerto...
lunes, 3 de agosto de 2009
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