martes, 13 de julio de 2010

CUENTO DE VERANO

Aquella noche cuando los aromas de las plantas bañaban el aire y sugerían caminos inexplorados se levantó de su asiento el señor del arrecife y se quedó en silencio de pie, con los ojos cerrados, auscultando en su interior una lejana ausencia. La noche era perfecta, los árboles brillaban a ráfagas con el titilar de las estrellas, las flores se ensanchaban en su delirio cromático, el búho ordenaba el diapasón de la montaña.
Cuando se oyó el croar de la rana, el señor del arrecife exclamó: ¡ya lo tengo¡ ¡el estanque, el estanque del violín de piedra se ha secado¡ Todos se levantaron rápido de sus lugares y fueron hacía el estanque. Y allí, en efecto, comprobaron que el sol había evaporado el agua, que la piedra tallada de aquel violín resplandecía seca con su vetusta alma desierta y que la rana, custodio de aquel increíble lugar, había emigrado por los alrededores buscando el preciado liquido en el que zambullirse.
El sonido de la rana se oía cada vez mas lejos. No se sabía bien que camino había tomado. Rápidamente el estanque fue llenado de nuevo de agua con la esperanza de que aquel batracio, nacido en las acequias del origen del mar, volviera a custodiar aquel violín de piedra que sólo sonaba ante las caricias del agua. Pero pasaron días y días y la rana no volvía. Por la noche se oía su gruñido dispar pero en tantos sitios a la vez que era difícil saber por donde andaba. El señor del arrecife comprendía la magnitud del problema. Aquella música encerrada en una piedra simbolizaba el sonido del mar antiquísimo cuando la fuerza de la naturaleza le hizo retroceder kilómetros y acotó sus fronteras. El fósil de aquel sonido quedó grabado en el arrecife como uno de los mayores misterios del lugar. Cuando hace muchos años el señor del arrecife comprendió aquel sonido se conjuró en simbolizarlo y en que lo custodiara el animal mas sencillo de todos cuantos poblaban el agua y la tierra a la vez: aquella rana que ahora huía sin saber bien por qué. Aún no es tiempo de desvelar todo, decía cuando se le preguntaba sobre la importancia de aquella rana.
Siguieron pasando los días. El señor del arrecife decidió personalmente hacer guardia en el estanque. Nadie comprendía su actitud. Aparentemente todo estaba bien, pero en los sonidos sucede como en las visiones. No todo el mundo los percibe de igual manera.
"Si algún día vienen los hombres a derribar el estanque, el hominido mas vulgar a plantar su huella, se perderá para siempre el corazón del arcano mas enigmático. Y el destino habrá frustrado la esperanza de nacer eternamente bañado en un momento". Pocos entendían sus frases. Pero pocos las rechistaban. El señor del arrecife se mantuvo durante días y noches a los pies del estanque. Una noche, por fin, se oyó el croar de una rana en las inmediaciones de la escultura musical. Todos salieron a festejarlo y a rescatar al señor del arrecife. Cuando llegaron al estanque todos enmudecieron: el señor del arrecife se había convertido en un batracio gigantesco que se zambullía alegre en el agua del estanque. Entonces todos los demás - el lagarto, el zorro, la araña, el búho, la salamanquesa- comprendieron por fin el sonido del estanque: era de nuevo el inicio de sus vidas.

1 comentario:

  1. Es fantástico. Tiene mensaje/moraleja y final feliz... Como tiene que ser un cuento.

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