domingo, 16 de febrero de 2014

NI VENCEDORES NI VENCIDOS

La consigna de vencedores y vencidos en el final de ETA me parece que va en dirección contraria a lo que ha sido la lucha antiterrorista  durante tantos años y que tanto sufrimiento ha ocasionado a la sociedad española. Sin duda, uno de los grandes logros de esta lucha fue el intentar reducir sus efectos, conservando siempre su dimensión policial, desistiendo de la intervención del ejército y considerando que no estábamos en guerra con el País vasco, sino en lucha contra una minoría que usaba la violencia  y justificaba los crímenes políticos. Se da la paradoja que mientras ETA asesinaba y actuaba con demasiada temeridad, los vascos iban recobrando sus instituciones, su gobierno y sus derechos históricos. Esa combinación de lucha sin tregua contra el terrorismo por un lado y normalidad política, por otro, ha sido sin duda un factor determinante para el debilitamiento de las expectativas de la organización  terrorista. Dentro del estado español siempre han existido aquellos que creían que esto se solucionaba con el ejército y la suspensión de la autonomía. Hubiese sido un craso error. Afortunadamente el estado nunca cedió a esas voces "patrioteras" que nos hubiesen llevado al despeñadero.
Hoy nos encontramos ante el final de la organización terrorista. Llegar hasta aquí ha supuesto mucho sufrimiento, especialmente para los familiares de las  víctimas, en su mayoría, miembros de las fuerzas de seguridad del estado. Desde la desaparición de los GAL, en el año 87, un último intento del estado de acabar con ETA por medios ilegales, las cosas se hicieron razonablemente bien. Se activaron las unidades de inteligencia, se delimitaron las detenciones a la presentación de pruebas ante los jueces, se buscó la colaboración internacional, sobre todo con los franceses y los americanos, se desarrolló la tecnología policial, y se sentaron las bases para una lucha policial que en términos generales ha constituido un gran éxito para el estado democrático. El paso al frente dado por la sociedad civil, asqueada de tanto asesinato inútil, constituyó otra de las grandes bazas de este triunfo democrático.
Nadie, pues, debería arrogarse el éxito de esta lucha. Ha sido, esta vez, sí, una apuesta colectiva.
Tampoco hay que desdeñar el papel jugado por la propia izquierda abertzale. Por compasión, por asco, o por oportunismo político, ella también ha contribuido sin duda a acelerar el proceso de la desaparición de ETA.
Ahora se trata de administrar la paz, de administrar el final de esta dolorosa pesadilla que arranca desde el franquismo. ETA se ha acabado, aunque aún falte la ceremonia final,  y con ella todos esos tics con los que la sociedad española desayunaba todos los días. Nadie puede seguir viviendo del pasado, seguir mirando las cosas o la realidad como si nada hubiese cambiado. Las cosas cambian, los fenómenos sociales mueren y nacen otros. No se trata de olvidar. Se trata de mirar hacia adelante. Se trata de superar esta frontera de odio que aún ciega a tantos por ambos lados. Y para cumplir estos objetivos hacen falta dirigentes a la altura, que olviden  el lenguaje arcaico de los años ya pasados.
Las víctimas están en su derecho de exigir justicia, de que no haya impunidad, de que los asesinos de sus familiares  cumplan integras sus condenas. Pero también deben comprender que hemos llegado al final, que toda esta pesadilla se acaba para todos y que la venganza por encima de todo no ha servido nunca para superar un conflicto de esta naturaleza. Ya no hay muertos en las calles por defender la democracia. Ese es nuestro verdadero triunfo.
Quienes reclaman vencedores y vencidos nos traen de nuevo la idea de la guerra. No ha existido tal guerra. Las fuerzas de seguridad han bastado para acabar con una organización que degeneró en una especie de mafia. Los asesinos que salgan de las cárceles no son soldados heridos en el campo de batalla. Son individuos que mataron a traición, con cobardía, denigrando a la sociedad vasca a la que decían representar. Si toda esa locura colectiva ha acabado ya, bienvenido sea su fin. .Si es posible buscar una salida con generosidad  y sin impunidad,  para sentar las bases de un futuro mejor, bienvenida sea también.

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