Hay heridas que supuran en la humanidad y que nunca cicatrizan por mas que un espeso manto de silencio y de complicidad traten de remediarlo. Hay gritos que nunca callan, que nunca los tapona el silencio, por mas que sus notas se pierdan en la desesperación de la soledad, en la incomprensión del mundo. Ahora que las piedras de las iglesias se resquebrajan por el moho de la indecencia, las sociedades del "mundo civilizado" empiezan a oír los gritos silenciosos de innumerables niños, ya adultos, que fueron violentados bajo la oscuridad de las sotanas. Niños que tardaron años en comprender que su cuerpo no fue mas que un duro objeto de satisfacción para aquellos hombres que hablaban en nombre del bien, en nombre de Dios. Si yo formara parte de esa Iglesia no dudaría en denunciar a todos aquellos que han hecho el mayor daño que se puede hacer a una institución: desacreditarla.
Muchas veces no queremos llegar a profundizar en el alcance de todos estos delitos protagonizados por hombres a los que la sociedad confiaba sus hijos para la educación, la formación espiritual o la caridad. La verdad de todo lo que se esconde en instituciones reguladas por sacerdotes o religiosos se ha ido abriendo paso poco a poco, gracias al empuje de los medios de comunicación, a veces, incluso con la reticencia de las propias víctimas que aún siguen conservando el miedo a no se sabe bien qué; otras, gracias al impulso decidido de esas mismas víctimas. Los abusos a menores en la Iglesia norteamericana se intentaron tapar con dinero, pero el escándalo era de magnitud tan grande que no sólo se han arruinado varios obispados por el pago de las indemnizaciones sino que ha dejado en puntos suspensivos ante la sociedad norteamericana la pervivencia moral de una iglesia incapaz de defenderse con argumentos civiles.
La monstruosidad de lo que ha pasado en Irlanda, agravada por el hecho de que la inmensa mayoría de los menores abusados era huérfanos y no tenían manera de defenderse, es la gota que colma el vaso, en uno de los países mas católicos del mundo. Austria, Alemania, España... En los próximos meses no pararemos de asistir a denuncias de menores que hoy ya no lo son y seguira creciendo nuestra indignación ante tales vesanías. Pero no sólo es la Iglesia la culpable de este ominoso silencio. También lo son las autoridades civiles, judiciales y policiales que nunca investigaron los hechos o que los consintieron como si fueran hechos ocurridos en un ámbito ajeno a las leyes, el religioso. Esa coartada o ese freno ya no valen. Casi mejor no echar la vista atrás y pensar lo que ha podido ocurrir en esas instituciones en los tiempos en que el clero tenía de facto el poder sobre toda la sociedad.
Pero las víctimas hablan al igual que los cadáveres. Esa herida ha permanecido abierta y , aún en forma de costra, supura todos los días, a todas las horas, todos los minutos, hasta que ha estallado. No valen nuevos sermones sobre la debilidad de los hombres, o los dimes y diretes de los vecinos, como afirma el Papa. A los delincuentes hay que detenerles y si, como en el caso de la iglesia, la pederastia se presume como una plaga habrá que pensar en sus causas y corregirlas. Nadie puede renunciar a la sexualidad por decreto. El problema parace complejo, pero la naturaleza es la que es y buscar otras formas de complacencia sexual , como abusar de menores, creyendo que con ellas se disimulan las tendencias naturales, sitúa el problema en la esfera delincuencial.
Como siempre hay que decir que la inmensa mayoría de sacerdotes o religiosos son hombres honestos, que nunca han cometido abuso alguno y que se han entregado a los demás desde la óptica de sus creencias, nos gusten mas o menos. Es a esos mismos sacerdotes a los que hay que apelar para que denuncien abiertamente una situación que amenaza con pulverizar toda la ética de la vida religiosa. Su silencio sería la peor de las noticias.
lunes, 29 de marzo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario