jueves, 30 de julio de 2009

LA SOMBRA Y LA PRESENCIA

Existen seres que en la sombra habitan mejor que en la luz. Ocultos, sin rostro, atacan lo visible que por lo general se encuentra desprevenido. Su fuerza radica en el miedo, en el terror de sus zarpazos. Cuando actúan no se andan con chiquitas. Van directamente a la calavera, al cráneo, al esqueleto. Deshacen los rostros, aniquilan las vidas, convierten los cuerpos en un amasijo de huesos reventados. Su valor radica en esperar en la sombra, en accionar un mando a distancia, en huir camuflados tomando rutas de realidad. Sólo se conocen entre ellos. Brindan con copas efervescentes de sangre y entre sus palabras la euforia por los cadáveres conseguidos tiñe de luto sus cerebros. Un luto llevadero que les acompañará para el resto de sus vidas. Todo sea por la causa. Cuando se les descubre y se les detiene, cuando se les saca de las sombras, no son nada. Elementos que desprecian el dolor causado y se ríen de todos. Sin el aura del terror, uno piensa que cómo es posible que gente tan normal sea capaz de causar tanto infierno y de quebrar tantas vidas. Pero el gusano del remordimiento parace no envolverles. Juegan con ventaja. La ventaja que les da una sociedad civilizada que busca una y otra vez los caminos de la paz. Tal vez sea hora de pensar que a ellos no les interesa la paz ni la luz. Sólo habitar en las sombras. Disponen de una legión de jóvenes que generación tras generación se enganchan a la orgia de la sangre, que prefieren jugar con el dolor y la muerte antes que usar la palabra y la conciliación. Ya no es siquiera una cuestión de educación. Es simplemente comprender lo que es el ser humano. Matar es un acto insano, degradante. Quien lo hace baja las escaleras de la evolución humana hasta las cavernas. Y es en las cavernas donde mejor viven las sombras. El coro de los grillos que cantan a la luna les acompaña una y otra vez. Son tan miserables como ellos mismos. No quieren la presencia, ni la vida pública. Necesitan la oscuridad del terror para reforzar sus argumentos. El hacha invisible y homicida. Y esa es su fuerza. Por eso no condenarán nunca los atentados. Porque son parte de la misma sombra cainíta que amenaza y está matando a la sociedad democrática española.

miércoles, 29 de julio de 2009

BUSCANDO LA MUERTE

De las cosas que mas me inquietan en el ser humano, una de ellas es su fascinación por la muerte. Preparar un atentado como el llevado a cabo por ETA contra la casa cuartel de la guardia civil en Burgos es algo que me deja estupefacto. Imagino a un comando llevando a cabo los preparativos, analizando la situación, examinando el mejor sitio para situar el coche con la carga explosiva, barajando las rutas de escapada, controlando la vigilancia. Si después de todo se decide colocar el coche en la parte donde mas daño puede causar, sin importar que haya decenas de niños en su interior y que pueden ser potenciales víctimas, sencillamente es que se quiere sumar cadáveres sin importar su edad. Esta vez no ha habido muertos. Por fortuna. No sé si alguien estará analizando a estas horas qué es lo que ha fallado para no ver en las portadas de los periódicos o en las pantallas de televisión las lágrimas desgarradoras de los familiares de las víctimas. No sé si de haberse producido estas muertes, alguien se sentiría mas realizado como ser humano, como gudari, como terrorista. La vida es un soplo. Entristece que alguien intente hacerla aún mas breve.
Los terroristas son jóvenes pero cobardes. Matan sin dar la cara, sin que nadie se pueda defender. Aprovechan la vida cotidiana desprevenida ante la fiera. La suprema ideología es su coartada. Pero no sé por qué cuanta mas sangre impregna una idea, mas repugnacia me produce todo a su alrededor.-

martes, 28 de julio de 2009

ORDEN DE ALEJAMIENTO

A Maore le alejaron de la vida para siempre. Fue una orden dictada por extrañas voces que se repetían en su cabeza, según su asesino confeso Sergio. A Maore no le dieron opción de agarrarse al mundo, de recapacitar sobre sus posibles errores, de enmendar su rumbo de adolescente enamorada. La sentenciaron a muerte porque sí. Tal vez porque colgó una fotografía robada de su querubín satánico en la red.
Sergio y Luis , su cómplice, se presentaron a las doce de la noche en su casa. Llamaron al telefonillo y requirieron su presencia en el portal. La iban a dar una sorpresa. La mayor sorpresa que se le puede dar a alguien. La condujeron directamente a la muerte. La apagaron para siempre.
Sergio la golpeó primero con una barra de hierro. Luego la degolló. Su compañero, Luis, observó todo desde detrás de un camión. No dijo nada. Asintió. Dejaron a la joven en un descampado con los ojos envueltos en la oscuridad mientras se le iba poco a poco el último soplo de vida que le quedaba. ¡Pequeña Maore, el mundo no puede ser esto..¡
Por la mañana Sergio y Luis se fueron a jugar un partido de fútbol. Tal vez sea mas importante el fútbol que la vida. Luego se entregaron. Nueve meses después, el mismo tiempo que una mujer tarda en gestar una criatura, el fiscal, el juez han acordado su libertad provisional. Ahora son ellos los que tienen que cumplir una orden de alejamiento...¡No pueden acercarse a quinientos metros de la familia de Maore¡ Es la justicia.
Mi pequeña Maore, perdónales. No saben lo que hacen.

lunes, 27 de julio de 2009

DESDE CARIATIZ

Existe un lugar que jamás se encuentra a no ser en forma de espejismo. Un lugar que rechaza al viajero con ojos de edificio y con sortijas de cemento. No es fácil hallarlo. Está oculto en una travesía de una aldea que ha ido modernizándose con el regusto amargo del dinero sin estética posible, aunque aún, aquí y allá, se levanta la auténtica arquitectura de la zona, el cortijo abandonado o restaurado que se funde con la tierra como si fuera una parte mas de la vegetación. Son pruebas que debe soportar el buscador de sensaciones. Llegados a este punto es necesario atravesar una última frontera. Un camino extraño que nos conduce al centro mismo de un arrecife. Subirlo y contemplar la enigmática hondanada que vigilan los restos de coral es algo así como introducirse en los famosos misterios eleusinos. La vida brota, el enigma nos abraza, la geografía se deshace, el silencio nos canta, la soledad nos acompaña, el viento nos masajea, la luz nos dibuja, los colores se reinventan, el mar invisible se presenta en forma de bruma, las aves emiten sus telégrafos, el esparto azota al mediodía, el esqueleto del agua protege a los fósiles, las cuevas son ríos subterráneos, las piedras baúles sonoros de los principios...Tal vez me esté equivocando y este lugar no exista. Tal vez sea el no-lugar. O tal vez me haya instalado ya de forma permanente en el espejismo.

sábado, 25 de julio de 2009

DEL CONCESIONARIO AL CEMENTERIO

No ví volar el coche por segundos, pero si ví subir,agonizantes y asustados, a una joven mujer de color y a un hombre mayor con los brazos tatuados por un terraplén abrupto y escarpado. El calor era sofocante. Mejor dicho, no había quien parara el viento de fuego que abrasaba el esparto y cuatro malezas sumidas en sus esqueletos dorados. La mujer estaba noqueada. El hombre, el mas viejo de todos, era el que mejor había resistido la embestida. Tenía una mano destrozada, pero no se quejaba. Sus tatuajes le conferían un aire duro. No decía nada. El silencio de su rostro era su mejor argumento. Desde arriba, desde la carrtera se oía el lamento de un hombre de color que había quedado atrapado en los asientos traseros. Un lamento que recordaba una plegaria machacona y rítmica del Africa profunda. Un inglés y yo descendímos por el terraplén a ver como podíamos ayudar. El anglosajón sabía lo que hacía. Lo primero que hizo fue quitar las llaves del contacto. El coche, o lo que quedaba de él, aún rúgia entre las hierbas secas y las piedras. La herida era profunda. Aquel inmigrante se había abierto la cabeza y sangraba abundantemente. No podía moverse. Sólo vociferaba el nombre de su mujer..¡María, María, quiero ver a María¡ Hablaba perfectamente español. Le tenía que decir algo muy importante. No era ella la que conducía. Era el señor mayor. Le tranqulicé. Le dije que no se ocupara ahora de eso. Lo mas importante era sacarle allí antes de que reventara totalmente el coche. Como siempre las emergencias tardaban en llegar, aunque , en una situación así, los minutos parecen horas, o mejor dicho, el tiempo se desestabiliza sin medida.
La mujer del inglés era enfermera. Ese mismo día acababa sus vacaciones y regresaba a un hospital de Inglaterra. Mala suerte. Improvisó unas gasas y le limpió la sangre al hombre que era joven y fuerte y que probablemente sobreviviría a este desastre. Le hablaba en inglés pero no le entendía. Yo aportaba mi granito de español.
El hombre se fue calmando. Me dio tiempo a echar un vistazo a la catástrofe. Toda la ropa de la pareja, que iba en unas bolsas, se había desperdigado por los alrededores. Había unos zapatos verdes realmente hermosos que lucían al sol de julio casi dispuestos a bailar. No tenían una brizna de sangre. Zapatos que ya nunca se pondrá aquella mujer negra que en lo alto de la carretera miraba a ningún sitio mientras esperaba a la ambulancia.
La vida se detiene en un momento. La muerte husmea aquel laberinto de destinos partidos y decide que hacer con ellos. Dan ganas de no montarse nunca en un coche. Estamos en crisis. Que el estado los compre todos y se quede con ellos. Cuando acudimos a un concesionario deberíamos ver también como la flamante chapa se transmuta con frecuencia en chatarra asesina y mortal.

viernes, 24 de julio de 2009

El fuego nos deja helados

Trás la belleza del fuego, indudable, la naúsea terrible de las cenizas. El espéctaculo dura unas horas. Los turistas buscan un alto desde donde divisar la lengua de fuego que lame las casas, arrasa los árboles, carboniza a los animales. A los pequeños animales también. Los que no se ven, los que no existen para nuestros ojos. Si alguna vez oí que en el bosque todo está organizado para la vida, el fuego se encarga de organizar la muerte con resplandores de alucinación. Fuegos de artificio, linternas en las hogueras. Tanta luz en la noche es para derrochar fantasía. Los pirómanos, viejos húespedes de las sombras, ríen en sus cavernas.
El final del mundo debe ser algo parecido. Explosiones de luz, ruinas instantáneas, bomberos sin chaquetas, militares sin órdenes, personas caminando en pos de la nada, buscando a sus seres queridos, último argumento del contubernio de nuestros sentidos. Y fuego y rabia y desolación.
Al final cualquier catástrofe nos enfrenta a nosotros mismos, nos derrumba nuestros argumentos, nos hace endebles ante el mundo tan pretendidamente organizado. Existen los seguros, las investigaciones. Son nuestros últimos despojos ante la no respuesta.

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