lunes, 27 de julio de 2009

DESDE CARIATIZ

Existe un lugar que jamás se encuentra a no ser en forma de espejismo. Un lugar que rechaza al viajero con ojos de edificio y con sortijas de cemento. No es fácil hallarlo. Está oculto en una travesía de una aldea que ha ido modernizándose con el regusto amargo del dinero sin estética posible, aunque aún, aquí y allá, se levanta la auténtica arquitectura de la zona, el cortijo abandonado o restaurado que se funde con la tierra como si fuera una parte mas de la vegetación. Son pruebas que debe soportar el buscador de sensaciones. Llegados a este punto es necesario atravesar una última frontera. Un camino extraño que nos conduce al centro mismo de un arrecife. Subirlo y contemplar la enigmática hondanada que vigilan los restos de coral es algo así como introducirse en los famosos misterios eleusinos. La vida brota, el enigma nos abraza, la geografía se deshace, el silencio nos canta, la soledad nos acompaña, el viento nos masajea, la luz nos dibuja, los colores se reinventan, el mar invisible se presenta en forma de bruma, las aves emiten sus telégrafos, el esparto azota al mediodía, el esqueleto del agua protege a los fósiles, las cuevas son ríos subterráneos, las piedras baúles sonoros de los principios...Tal vez me esté equivocando y este lugar no exista. Tal vez sea el no-lugar. O tal vez me haya instalado ya de forma permanente en el espejismo.

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