lunes, 14 de junio de 2010

PASARSE DE LA RAYA

Lo que está pasando en México debería hacernos reflexionar a todos los ciudadanos de las sociedades democráticas. Desde 2006 han muerto en este país casi veinticinco mil personas por asuntos relacionados con el crimen organizado y el narcotráfico. La crueldad de muchas de estas muertes por parte de los sicarios habla bien de con quien se la están jugando las autoridades mexicanas. El asunto es complejo y tiene demasiadas aristas. Pero me gustaría incidir en una. La narcoguerra mexicana tiene uno de sus principales objetivos en el control de la frontera con Estados Unidos. Es a este país al que van destinados las toneladas de cocaína que los narcos quieren seguir mandando a la pudiente sociedad norteamericana. Cada raya que esnifa un ejecutivo, un artista, o un joven americano lleva el terrible olor de la sangre de esta guerra. A ellos les dará igual, tal vez incluso lleguen a indignarse con lo que pasa en la frontera. Pero no deben ignorar que es su consumo, el mercado voraz de dólares que genera lo que lleva a estas mafias del crimen organizado a poner contra las cuerdas incluso al estado. Matan por dinero, por abastecer a esas capas de la sociedad con su droga favorita. Es tal el negocio que miles de jóvenes mexicanos se enrolan en esta guerra para salir de la miseria. Huyen de las escuelas, de los trabajos miserables. La vida no vale nada. Sólo el dinero, los carros, las mujeres, tal vez la posibilidad de una vida mejor. Lo sorprendente de todo es que una parte de los impuestos de esos ciudadanos americanos que consumen alegremente el polvo blanco va destinada a combatir a quienes les suministran su mercancía, a través de la DEA o a través de las ayudas americanas a la represión del narcotráfico en México. Esos ciudadanos, de allí o de aquí, deberían o deberíamos pensar muy mucho lo que se esconde detrás de una raya. Tal vez luego reclamen seguridad en sus casas, en sus barrios, en sus trabajos. Tal vez luego se quejen también de la delincuencia. Pero esos consumidores de cocaína son una parte importante del problema. El dinero de la coca corrompe a instituciones, a gobiernos, a estados; genera violencia, muertes, grupos de poder que labran fortunas descomunales y que las blanquean en el circuito legal a través de respetables asesores jurídicos y financieros. Las sociedades democráticas deberían de pensar que hacer con sus vicios, porque esos vicios minan la democracia. Tal vez sea hora de ir pensando en otro tipo de alternativas, en otro tipo de ocio. Pero si no es así, urge que alguien medite seriamente sobre todo esto. Las drogas no las para nadie. En cualquier calle de Europa, América, o Estados Unidos uno puede adquirir cuantas dosis quiera. Los gastos policiales para combatir el fenómeno son desorbitados y los resultados mas bien escasos. Las cárceles están llenas de narcotraficantes a pequeña o a gran escala. Los sistemas judiciales saturados de asuntos de narcotráfico. ¿alguien tiene miedo a legalizar algo - y no afirmo ni niego que esa sea la solución- que de cualquier manera es cuasi legal? ¿No es hora de afrontar un problema muy serio que esta corroyendo los cimientos de muchos estados en una guerra sin final mientras dé los fabulosos beneficios que da el narcotráfico? ¿No es la hora de la cultura, de la educación, del re-pensarse? El fiscal Castresana ha dimitido de Guatemala, no sin antes denunciar que las principales autoridades del país son cómplices de narcotraficantes y del crimen organizado. En Guatemala, en México ,como en tantas partes del mundo, se están pasando de la raya.

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