Mi amigo Agustín García Tostado murió de sida hace ya dos años. Murió solo en la habitación de un triste hospital de Madrid adonde llevan a los pacientes que consideran ya desahuciados. Me enteré fugazmente de su lenta agonía en el trajín de esa puta vida que todos llevamos. Día tras día fui demorando la visita al hospital pensando que habría tiempo, que quizás no era tan severa la fase terminal. Su muerte me pilló enfrascado en mis putos asuntos cotidianos, ya se sabe, el trabajo, la familia, los amigos. No me di cuenta de que realmente se iba, de que realmente se fue. Asistí , eso sí, al tanatorio. Y me agradó sobremanera ver la cantidad de amigos que llegó a juntar el rey de la individualidad, el rey de la soledad, pues así era Agustín. Me emocionó la banda de jazz tocando entre aquellas fúnebres paredes rompiendo con sus notas aquel espantoso cemento que recubre toda la arquitectura de los nuevos tanatorios. Siempre me quedé con la sensación de tener algo pendiente, de haber dejado de asistir a una cita que se me reclamaba una y otra vez desde el silencio.Tal vez lo logremos mas adelante.
Cuando ambos teníamos cerca de veinticinco años vivimos en una buhardilla en los aledaños de la madrileña plaza de Tirso de Molina. Era un espacio pequeño pero nunca nos molestamos. Teníamos dividida la buhardilla en dos mitades. Allí en el fondo, tumbado en la cama o sentado en una silla, Agustín siempre estaba enfrascado en sus lecturas. De vez en cuando levantaba la cabeza del libro para sonreír. Le hacía gracia lo que leía. Lo desmenuzaba. Era en cierto modo feliz haciendo eso. En la otra parte de la buhardilla yo me había pertrechado con un piano y me esmeraba con el violín. Jamás le molestó. Jamás dijo nada que pudiera cortar mi actividad. Nada nos molestaba del otro. Inauguramos una chimenea como un acontecimiento mundial. Compartìamos amigos y amigas. Salíamos a tomar copas a la plaza de Santa Ana. Nos reíamos. No teníamos un duro. Pero nos reíamos. Vivíamos el momento. Aquella época se esfumó como se esfuman todas las épocas de la vida. No fue por hastío ni por desavenencias. Razones que no vienen al caso. Le perdí la pista durante un tiempo.
Cuando le volví a ver se había enamorado de Nuria, una chica guapa de Carabanchel. Vivía en Urgel. Me urge llegar a Urgel, bromeaba yo por entonces. Luego compartieron su vida y habitaron en distintas casas del barrio, según les iba la economía. En los momentos mas duros lo hicieron en las ruinas de un bar abandonado. Tiempos surrealistas.
No me enteré de que Nuria era adicta a la heroína hasta que pasó un tiempo. El la intentó desenganchar en numerosas ocasiones. Pero las recaídas fueron constantes. Nuria fue una víctima mas del caballo, del maldito jaco que golpeó a las familias de clase modesta de los barrios obreros, aunque no sólo a ellos. También afectó a los hijos de familias mas acomodadas. Nadie sabrá nunca por qué este país se inundó de heroína a finales del franquismo y en los umbrales de la democracia. O tal vez si. Después de años de sufrimientos y de alegrías, Nuria murió víctima del sida. Agustín se enrocó en si mismo. Siguió apostando fuerte por la vida, trabajando, leyendo, oyendo música. Cada vez le gustaba mas la clásica .Llegó a poseer una de las mejores bibliotecas que yo he visto nunca en mi vida. Le dio tiempo a montar un bar medio marginal medio moderno que le permitió vivir sin estrecheces en los últimos años. Nunca quiso hacerse la pruebas del sida. O si se las hizo nunca lo confesó. Fue un tipo duro y sentimental. Duro con el sistema del que se consideraba excluido y duro consigo mismo, con su afán de no pertenecer a nada ni a nadie, de no contaminarse con las tonterías reinantes, como él las llamaba. Pero fue sentimental, reclamando el cariño de todos aquellos a los que consideraba sus cómplices. Y yo lo fui. Y me siento orgulloso de ello. Y me siento triste de no haber departido una vez mas con él sobre Cioran, Nietzshe, Chomsky , Kafka o sobre el concierto para violín y orquesta de Beethoven, antes de que apagara sus ojos para siempre en esa turbia soledad del hospital.
jueves, 1 de diciembre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Esta es una explicación/justificación pero hay más.
ResponderEliminarNo creo que haya que echar la culpa a la vida que se lleve es de pena si dejamos de atender a lo importante como es acompañar en su triste final a un amigo que tiempo atrás se han compartido tantas cosas...
Es claro que cuando se siguen caminos diferentes cuesta mucho encontrar el momento y la demora se impone pero lo cierto es que si no se hace es porque de alguna manera no apetece y no se quiere y al menos hay reconocerlo y verlo con profundidad para que no vuelva a suceder.
Hay que buscar razones de peso para sacar la energía que se necesita para romper con los impedimentos y hacer lo que se tiene que hacer y no lamentarse ni engañarse con excusas y pretextos de chichinabo.
Agustín fue y seguirá siendo mi mejor amigo, aunque también la vida nos separó por casualidades extrañas y no supe de él durante bastante tiempo, hasta que me dijeron que había muerto y cómo. A día de hoy sigo pensando en él constantemente y en cuanto me enseñó y compartimos. Hace unos meses publiqué una canción que compuse para él hace un par de años. Se titula "Le peintre Straub" por el personaje de "Helada", de Bernhard, sobre el que hablábamos a menudo. Justo estaba escuchándola y me ha dado por buscar algo sobre él, cuando me he encontrado esta entrada del blog. Muchas gracias por acercarme algo más a él. Recuerdo que Nuria me llamó no mucho antes de morir, unos meses, y estuvimos hablando muchísimo tiempo. Luego la noticia de su muerte me la fueron ocultando, ya que yo estaba en el hospital muy jodido, así que Agustín no me lo contó hasta que me dieron el alta. En fin... https://youtu.be/0hHspgS3Ek4
ResponderEliminar